“Que sea lo que tenga que ser”, es una frase que solemos decir ante la imposibilidad de resolver un problema nuestro o de un ser querido, pero también a la inversa, en momentos donde tomamos coraje para enfrentarlos. Lo común en ambas y contrarias situaciones es el depositar la responsabilidad de nuestro futuro en el destino o en las manos de dios. Porque no sabemos bien cómo solucionarlo, pero entendemos que el tiempo corre sin detenerse, crece la insatisfacción, corre peligro la vida de alguien querido o la propia, o cada vez nos distanciamos más de la vida que deseamos.
Son momentos
donde todo está a punto de estallar. Y aunque mentalmente, el estallido ya pasó
varias veces por nuestra cabeza, preferimos cortar por lo sano y a pesar de las
consecuencias generadas por el cambio de raíz, el miedo se hace a un lado.
Las
manifestaciones son por hechos concretos y surgen espontáneamente demandando
necesidades insatisfechas, pero vienen dando variedad de muestras que dejamos
pasar. La denuncia de una relación de pareja violenta o laboral de explotación
infrahumana, un hijo esclavizado a las drogas, los pedidos de justicia en los
barrios, por inseguridad, por jubilaciones magras, por despidos, una hija
cegada por la bulimia, operarios pidiendo por pase a planta permanente, vecinos
quejándose por un caño roto, por cortes de luz prolongados, por un basural, por
un asesino, por un feminicida, por un violador, o demás casos, son
manifestaciones exigiendo cartas en el asunto a las instituciones responsables,
que para eso están.
Hay otro
tipo de manifestaciones más sigilosas, a través de las redes sociales virtuales
o el silencio, la quietud, el desinterés general de la población o la
resignación, que también son manifestaciones marcando algo y debe tomárselas en
cuenta. Hay muchas personas que no se suman a reclamos
colectivos por descreer en los líderes o creerse inútiles ellos mismos sin nada
que aportar, o lo hacen más tarde a pesar de estar padeciéndolo igual.
Todas estas
expresiones tienen en común el pedido de solución de algún tipo de problema que
ya excede el interés individual (por más que no lo vea así) y se hermana en un
interés social, común o de un colectivo en particular, pero también en el
reconocimiento de la posibilidad de satisfacerlo. Si no se supiese de la
posibilidad de solución, el reclamo no existiría. Por eso no exigiríamos
viajes a la luna para todos, sino trabajo digno, salud, alimentación, vivienda,
por el cuidado del medio ambiente, igualdad del sexo femenino y demás
problemáticas sociales, todas con soluciones harto conocidas y sin embargo
postergadas. Porque son derechos conseguidos en una comunidad que ha progresado
científica y socialmente. Eso marca que la posibilidad existe.
Estas
explosiones individuales o grupales espontáneas tienen en sí un fundamento de
conciencia, aunque también de desconocimiento real de la solución y de sus
causas. Porque vemos la parte superficial del hecho y no poseemos las
herramientas para remediarlo, pero sí estamos seguros de que es injusto.
En su
relación con el tiempo, reconozcamos
que en la antigüedad no era posible encontrar solución a muchas cosas y hoy sí.
En su relación con el espacio,
también reconozcamos que había otros lugares, donde vivían otras familias, que
tampoco pasaban por algunas de estas necesidades y eso daba más bronca. Pero
hoy, las relaciones mutuas cambian a tal ritmo, que si bien muchos viven una
mejor calidad de vida y más años, las complicaciones aparecen a cada instante
sin distinción de lugares ni clases sociales: El planeta se descompone para
todos, las drogas consumen por doquier, el robo seguido de muerte está a la
orden del día, mi buen vecino puede transformarse en feminicida en un tris y
las pandemias atemorizan las casas más lujosas.
Los cambios producidos
por la tecnología en los medios de comunicación, entretenimiento y por sobre
todo en la producción de todo lo necesario para vivir, repercuten en las
relaciones mutuas. Transfieren mercaderías en minutos, ideas, culturas,
servicios y nos hacen trocar prioridades basadas en el consumismo, la
exposición mediática ilimitada y la autoexplotación (disfrazada de
emprendedorismo) tan negrera como hace un siglo, pero las instituciones, que
debieran interceder con cordura, siguen funcionando tal y cual un siglo atrás,
conservando sus mismas estructuras.
El "progreso" reproducido imperativamente en vidrieras mediáticas como rayos
imperceptibles hacia nuestros subconscientes de forma ininterrumpida en las
publicidades y en los contenidos de la programación televisiva, sacuden
nuestros deseos al punto de colocar al frente de nuestras prioridades sólo lo
material, despegándolo de la naturaleza y del ser humano, únicas formas de una
misma vida. Esta todo “patas arriba”, se ama a las cosas, se posee a las
personas. Las historias de personalidades que pasan de la pobreza a la riqueza,
o del anonimato a la fama en un santiamén, sin demostrar esfuerzos, ni
condiciones, aclaran sospechas de acomodo de unos pocos que con dinero elevan
al estrellato vulgaridades útiles adornadas con marketing, haciendo caer
en ensoñaciones a niños y adultos por igual.
Pero la
realidad golpea duro si el sueldo no alcanza, nos echamos culpas, nos sentimos
frustrados, nuestros objetivos truncados, los planes para nuestros hijos e
hijas tapados de promesas incumplidas, la espera de ese trabajo que hubiera
permitido una vejez apacible, una casa sin terminar y los viajes planeados nos
traen un sabor amargo a la comida del día, mismo menú de ayer.
Y volviendo
a las manifestaciones, una buena puteada al colectivero, una cachetada a mi
hijo, un twitter potente descargando resentimiento, o una bomba Molotov en
medio de una aglomeración son todas expresiones ligadas a un mismo origen. La
bronca de no coincidir los sueños con lo real, nos hace sentir defraudados de
nosotros mismos, o recae en quienes tenemos más cerca para apuntarle culpas. Lo
que hizo mi marido, lo que no hizo mi señora, los caprichos de mi hija, los
chismes de mi cuñada… El desconocimiento de las causas trae una sociedad con
autoestima por el piso, se nos desfiguran las posibilidades por no estar
atentos a las innumerables expresiones de existencia. Tal como está funcionando
este sistema social, forma hombres
desocupados o subocupados mal acostumbrados al mandato del “macho proveedor”
caer en angustias agresivas cuando no pueden sostener su familia. Forma mujeres para pelear contra el mundo
precarizado por alimentar a sus retoños, mientras padecen su empoderamiento con
furia desde inválidas mentes cerradas. Los abuelos
viven en descarte por ya no crear ganancias capitalistas y sus opiniones se
hacen sordas para una sociedad perdiéndose memorias, prácticas perdidas,
soluciones disueltas en el olvido estúpido. Y se forman niños
reproduciendo la violencia bajada por este sistema, que desde arriba hacia
abajo te educa en el oportunismo y la viveza del más fuerte peleando por un
pedazo de pan como en la prehistoria. La concentración de capitales en pocas familias
es violencia, con una mano acumulan riquezas y con la otra baja el cachetazo
hasta el último habitante del orbe con una igualdad cada vez más indiscutible.
Los jóvenes perciben el
futuro sin garantías, el presente con mezquinos líderes confundidos y el pasado
repitiéndose con las mismas fórmulas malogradas. Pero la rebeldía necesita una
causa y las juventudes no la encuentran ya en ninguna vitrina porque no hay
propuestas coherentes a la vista. Y la depresión es un hueco en el que caen
muchos, sino en la evasión de las drogas, cuando las millones de flechas
aparecidas en la web y en la vida real llegan a un mismo sinsentido general
empecinado en no cambiar, así caigamos al precipicio divisado aquí cerca
nomas. El paso a la adultez es una carrera de obstáculos donde muchos lo
logran y muchos quedan en el camino de la impotencia.
Los chicos les piden a
los padres, los padres le exigen a
los políticos, los abuelos dicen
“esto nunca va a cambiar”, pero nos aferramos al voto como un contrato firmado
y se lo enrostramos con bronca en una manifestación mientras nos piden calma y
tiempo, y se reúnen con el poder para recordarles los beneficios que perderían
si no lograran calmar por lo menos a los más enojados.
Llegamos a una
de las palabras más calumniadas, la
política, que se define como “el arte
de lo posible” y volvemos a “lo
posible”, como mencionamos al principio de este texto. Si existen reales
posibilidades de solución a tantos problemas para cualquier reclamo justo, es
contradictorio que en 2020, cuando la ciencia humana sostenida por los casi
8000 millones de seres en el globo, no pueda distribuir en partes justas los
beneficios creados por todos y todas. El arte de lo posible está fallando.
Es decir, si
en épocas antiguas, donde la necesidad de alimentar a una familia pasaba por la
siembra y la cría de animales, las manos necesarias para el arduo trabajo
diario eran bendecidas con la llegada de nuevos hijos e hijas, para distribuir
tareas, ( aunque en épocas ulteriores la utilización de nuevas técnicas a la
par del conocimiento de nuevos metales, máquinas de vapor luego y la
electricidad a la postre) la prole debería haberse sacrificado cada vez menos y
disfrutado más de los avances que había logrado.
Sin embargo los logros técnicos traducidos en
alimentos de sobra para toda la humanidad, medicamentos, transportes, educación
y vida sana por nombrar algunos, no se volcaron más que en una reducida parte
de la población que acumula gracias a un sistema, pero también para gobernar y
los utiliza en pos de un celoso cuidado de su propio interés.
Por si esto
fuera poco, las ideas diseminadas a
través de medios y escuelas no explican la causa de las diferencias de clases
sociales o confunden, cuando no sancionan, prohíben o desaparecen a quienes
intentan ir más allá de la frontera de lo debido. Las ideas aceptadas por la
elite apuntan al esfuerzo individual o la meritocracia
para la ascendencia de nivel social cuando en realidad todo lo logrado es en
base al sacrificio de toda la sociedad en su conjunto, concentrado en los
bolsillos del 1% y defendido por las clases medias altas chupando medias para
recibir algún favor y por terror a caer en clase trabajadora.
Y a las
expresiones de queja aparecen ideas marcando hacia dónde ir. Donde la rabia
gana a las emociones, o la moral pacifica frena las diferentes canalizaciones
violentas reprimiendo la marea que ya no aguanta más y donde muchos y muchas
lamentan no haberlo hecho antes ni haberlo preparado tal un cirujano se forma,
prepara y opera consciente de los errores que pudiera cometer.
Aparece la
aparente necesidad de un líder o se
idealiza desde algunas personas como un mesías que se exponga sin temor a
reprimendas y poder marchar tras de sí protegidos de sus palabras y disfrazando
de confianza la propia obsecuencia. Pero a veces es muy fino el hilo que une al
representante de los protestantes si se lo envía a lidiar solo o sola contra un
poder poseedor de tantas herramientas como estrategias. Y la lograda energía en
las calles devenida al fin del despertar de tantos años de injusticias, se
terminan achicando como si pasaran por un embudo donde dirimen apenas uno o dos
representantes de millones.
La desconfianza de un
pueblo tratado como tonto desde hace siglos percibe a una cuadra de distancia a
quienes traen las palabras y los gestos harto conocidos, pero igualmente, al
ser todo nuevo en estos tiempos, abre grandes los oídos dando posibilidades a
las explicaciones lógicas y por favor en el mismo idioma de barrio que se
siente en la piel. Por lo tanto no cualquiera podrá influir en las personas.
Sucede lo inverso, son los mentirosos y chapuceros quienes rebotan contra la
masa y hasta las buenas intenciones pasan de largo si no están cargadas de
argumentaciones certeras y avales fehacientes para servir a la marea, ya
exquisita. Siempre habrá quien acuse de “haberles llenado la cabeza” a
quienes protestan y saltan como leche hervida y piden hacer oídos sordos a
quienes bajan líneas o buscan despejar con claridad desinteresadamente las
confusiones y sabor amargo que nos mata de a poco, pero se olvidan que
justamente lo que les empujó a tomar estas medidas radicales fueron hechos
tangibles, comprobables en listas largas de violencia que más tarde o más
temprano producen el quiebre definitivo.
Podríamos preguntarnos si hoy todavía alcanza con señalar a los traidores, suplicar que dejen
de matarlas, implorarte salir del aislamiento social, denunciar a los corruptos,
mostrar la masa dormida o poco estimulada; si sirve decir que no hay futuro así
como va y demás… porque futuro hay cada vez que sale el sol.
Necesitamos propuestas para que el día no se nos transforme en una prisión y buenos ejemplos para que la vida no
sea un padecimiento sin esperanzas. Necesitamos saber por qué, para qué y cómo.
El quienes ya lo vemos de pie a nuestro lado.
Los pueblos no somos tontos, aunque estemos desinformados. La sabiduría popular la vivimos a cada
momento de nuestra vida cotidiana y solo pecamos de no reconocer como se
origina. Y no hace falta que nos hablen como a niños, ni silabeando despacio
tal si hablásemos en otro idioma encriptado. No nos pongan distancia que ya nos
dan bastante asco quienes estuvieron del otro lado del mostrador tramando
embrollos secretos entre ellos.
El deseo de trascender, planear, proyectarnos como seres libres e independientes, tratando de
crear nuestra vida y cumplir nuestros sueños de seres sociales corre por
nuestras venas imparable como el curso de los ríos. Asistir los objetivos de
quienes nos acompañan y mirar compasivos a quienes todavía conciben el poder, la
soberbia y el egoísmo como motor de vida puede ser alguna de las tareas que
debamos aprender mientras arrasemos con todo lo necesario para seguir
existiendo.
Y seguiremos
tratando de proyectar lo que sepamos
dar a la comunidad, aunque debamos luchar pacientemente en construir una nueva
generación de seres que miren todos los objetos a su alrededor sintiéndose
parte y no dueño. Mientras nos dure el tiempo de volver a la misma tierra que
pertenecemos.
Y si no es esta vez, aunque la seguridad me emociona de tan fuertes que somos y tantas
debilidades se muestran del otro lado, estaremos más duchos la próxima. En cada
protesta aprendemos y la pared encontrada en frente se nos empequeñece;
conocerla, entender su conformación, separa al detalle de partículas para
perforar con millones de gotas a una roca convirtiéndola en arenas.
Los ejemplos aparecen quizá lavados por las antenas serviles, pero conectarlos es fácil para
nosotros, que ya todo lo hacemos para hacer rodar este mundo: los y las jóvenes
marchando cada viernes por el medio ambiente devastado, las clases medias
francesas vestidas solo de chalecos amarillos en contra el costo de vida
fagocitándose sus ingresos, nada menos que el pueblo yanqui alzado contra el 1%
y el asesinato de personas por su color, Chile, Ecuador y Bolivia entregando
sus vidas y siendo ejemplo vivo para toda la generación.
Como si esto
fuera poco, y como se menciona al principio, hay manifestaciones silenciosas como las elecciones en distintos países
que marcan una caída estrepitosa en votantes. Los representantes se eligen por
porcentajes, pero la abstención aumenta
y cada vez es más común elegir por la negativa, al menos peor o por odio contra el
candidato opuesto. Pueden entronizar al más votado, pero la democracia se
reciente y se siente si un sesenta por ciento o más de la población no lo
avala.
Por último, es
necesario no quedarse en esta opinión sino en todas, el debate entre toda la comunidad desde las cuestiones más
simples y aparentemente sin importancia es la punta del ovillo del cual tirar
para llegar al origen del problema. Debatir, no parar de dar opinión y pedir
críticas sin distinción, porque no existe nadie que esté sobre la altura de
nadie para expresar su parecer. En los debates aprendemos todos, aprenden
los que no hablan pero escuchan, ganamos en amistad quienes debatimos por el
solo hecho de prestar atención a quien tenemos enfrente y esto hoy es tan
buscado como la salud y el amor. Ganamos todos porque si en una discusión lo
que se busca es la verdad, (muchos buscan tener razón, pero) la búsqueda de
certezas no puede llevarnos por otro camino que no sea engrandecernos como
seres humanos. Y sin escuchar, ni ver, ni hablar, estaríamos acotando nuestras
capacidades humanas antes de que lo determine la naturaleza y si hay algo que
venimos haciendo desde siempre es luchar por vivir.
Si el dinero
es poder y solo se consigue explotando naturaleza y ser humano, lo limitado y
finito de ambos (y somos uno) marca un toque de alerta a quienes detentan poder.
Las montañas acumuladas de papelitos verdes se acaban entre un puñado de
glotones matándose entre sí por el poco efectivo para repartir y estará en
nosotros en “ser lo que tengamos que ser”.
José Vergara - Revista Redes
EXCELENTE,JOSE!!!!Felicitaciones.
ResponderBorrarexcelente
ResponderBorrarJavier siempre con tanta exactitud Gracias ... Felicitaciones impecable
ResponderBorrarWow. Impecable.
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